Amar(se)

A unas horas de exhibir el amor como un escaparate -cuando el cariño, el querer, la entrega habría que celebrarlo cada día que estamos vivos- recupero estos versos que escribía hace un año y que hablan del amor a uno mismo, ese que todos deberíamos sentir, ese que nunca debemos olvidar,
el que no nos enseñaron,
y el que nos ayuda a amar.
Bien.
A los demás.

«Si de amar se trata, habrá que empezar por una misma.

Por presumir de imperfecciones:
de la miopía que me hizo llevar gafas desde los 14,
de los kilos de más que no hay operación bikini que rebaje,
de los lunares que se quedaron a vivir en mi piel,
de las cicatrices visibles,
de las arrugas que asoman cuando son treinta y tantos, muy, muy largos,
de las ojeras cuando las semanas son tan cansadas,
de los rizos descontrolados que sufrieron horas y horas de plancha en la adolescencia.

Y habrá que presumir también de correr en sentido contrario a los convencionalismos,
de haber aprendido que el verbo disfrutar también se conjuga en femenino,
de amar el silencio de la soledad elegida y necesaria,
de tambalearme, cuando quiero, en el equilibrio conquistado,
de soñar con los pies en la realidad.

Si de amar se trata
me hubiese gustado que me enseñasen, pronto, que soy mi primer amor,
la naranja entera,
que me debo fidelidad, lealtad (o no; o no siempre),
a gustarme con defectos y virtudes,…
ojalá lo hubiese descubierto antes aunque, al final, lo que cuenta es haber aceptado a la mujer que soy.
Y hacerlo a tiempo.

Si de amar se trata, habrá que empezar por una misma.
Quererse bien
para querer después.
Con todo.
A quien venga.

Pero a mí, primero».

El verso como meta

Yo no quiero metaverso
ni realidad virtual distorsionada.

Quiero la sana rutina
a la que me lleva cada mañana
un café amargo.

El sabor ácido de una naranja
observando un atardecer del mismo color.

El té caliente
mezclado con el aroma
de las páginas de un libro nuevo.
O en blanco. Como el que escribo día tras día.

Quiero también el sol del sur
como abrigo.

Acariciar las cicatrices
cuando ya no son una derrota.

Que el dolor duela cuando tenga que doler.
Que mis manos sequen mis lágrimas.
Que la risa me deje sin aliento.
Que las flores se marchiten.
Que los besos hagan eternas las noches.
Que las miradas sean faro.
Que la música respire emociones sobre mi piel.
Que las palabras entre dos se escuchen más…
y se escriban menos.
Que nada de esto se lo lleve el viento.
Ni el tiempo. Aunque corra y vuele.
Y tenga un tic tac en el corazón que nunca frene.

Yo no quiero metaverso
para que unos cuantos se hagan más ricos
mientras muchos pierden.

Quiero que el verso sea la meta
de un mundo imperfecto de carne y hueso
donde ganen, para todos, todos los sentimientos.

Cada día.
O cada domingo.