
He derribado el muro de tristeza
tras el que solía vivir.
Mas quedan días
que aparecen
envueltos en niebla.
En esos momentos,
viajo al pasado subida en la memoria.
Consciente. Plena.
Allí todavía lloro por lo que se fue,
lo que no pudo ser,
lo que se fracturó
y me hizo añicos.
En cada lágrima,
allí, pero ahora,
no se me escapa la vida,
no me ahoga mi propia piel,
no me siento presa de la realidad.
Sí, lloro.
Y brotan los restos,
las reliquias,
la sombra de los recuerdos.
Porque cuando no queda nada
aún permanece algo.
He derribado el muro de tristeza
tras el que solía vivir.
Mas quedan días
de terremotos emocionales.
Y al mirar atrás,
al recorrer los lugares
donde lo que fue ha sido devastado,
vuelve a temblarme
el suelo bajo los pies.
Aunque al llegar al precipicio,
doy un paso al presente
y hago camino hacia mí misma
sin caer en el vacío.
He derribado el muro de tristeza
tras el que solía vivir.
Huidiza, solitaria, rota.
Me encuentro a la intemperie
con lo puesto
y el mundo me ha helado.
Pero es solo el frío del invierno que se aproxima.